Filtros

El otro día me enamoré de un filtro. Daris se llamaba. Era morena, tenía 2 cuernos rojos, unos ojos grandes como platos, las mejillas llenas de mariposas y unos cuantos angelitos revoloteaban a su alrededor. Me enamoré de ella a primera vista. Enseguida. Un flechazo.

A pesar de tener 55 años, aparentaba 25. A ella le gustó que a mis 60 años yo tuviera aquella piel tan blanca y tersa, los ojos amarillos y le había hecho mucha gracia mi sombrero de indio. Cuando quiso adivinar mi edad, no la contradije, 25 también. Muy bien, has acertado.

Su esbelta figura, aparecía tan delgada con aquel efecto espejo que me excitaba con solo mirarla en la pantalla. Sé que a ella le imponía mi espalda ancha.

Así que empezamos a quedar en Snapchat a diario. A todas horas diría yo. Aquellas primeras semanas fueron una locura. Una pasión incontrolada. Un festival de efectos y lucecitas constantes. Cuando me cansaba del sombrero de indio, me ponía el de vaquero. Cuando no, era ella la que me sorprendía con luciérnagas en vez de mariposas. Un día le dije que las mariposas las tenía yo en el estómago, que se las había robado de su cabeza. Un halago de esos cursis que se dicen las primeras veces cuando te enamoras, pero que funcionan. Me dijo que se ruborizó, pero no lo pude percibí porque el efecto blanqueador de su cara no lo permitió. A mí no me importó demasiado. Me gustaba ella como filtro.

El caso es que al cabo de un tiempo un día Daris desapareció. Era propenso a hacerlo a menudo, pero aquella vez desapareció para siempre. Y no la he vuelto a ver. En vez de quedar con los amigos para emborracharme, me fui al Play Store a descargarme todos los filtros que encontré. Algunos de pago. Cambié mi foto de perfil muchas veces. Pero ella nunca apareció. Con el tiempo, aprendí a disfrazar a mis siguientes amores con los filtros de Daris. Y de aquella manera, la recuperé.

“Antes de que me quieras, como se quiere a un gato, me largo con cualquiera, que se parezca a ti”. J. Sabina.